Descripción |
Retrato de Lucio Vero. Las facciones están realizadas con un cuidado exquisito. Presenta todas las particularidades del retrato antoniniano: ligera torsión a la izquierda, aire soñador típico de los modelos griegos en los que se inspira este retrato. En el pelo y las pupilas no se ve huella de trépano, faltando por tanto, ese característico claroscuro de la época. Posiblemente fue ejecutado en un taller provincial.
Siempre en un segundo plano tras la brillante figura de su hermano adoptivo Marco Aurelio, Lucio Vero, nacido en el año 130, mantuvo su cargo de corregente del Imperio entre 161 y 169. Hijo de Aelio César, que falleció el mismo año en el que fue designado sucesor por Adriano, su vinculación con la familia imperial fue respetada tanto por Antonino Pío (138-161) como por Marco Aurelio (161-180).
Según el testimonio de la Historia Augusta, "Vero era alto, apuesto y se expresaba de forma ingeniosa. Dejó su barba crecer casi a la manera de los bárbaros. Estaba tan orgulloso de su melena rubia que se dice que se la espolvoreaba con oro para que brillase. Lucio era brusco en la palabra, un jugador temerario, y apreciaba la vida extravagante" (Vero, 10, 6-9). Amante del deporte, hedonista e impetuoso, Lucio mostró un carácter de signo opuesto al del emperador filósofo. Dicen las fuentes que "cuando marchó a Siria su nombre se vio manchado por un estilo de vida licencioso, así como por numerosos adulterios y aventuras amorosas" (Vero, 4, 4). Sin embargo, la estrecha relación entre ambos viene avalada por una abundante correspondencia, así como por la propia naturaleza colegiada de su gobierno. "Vero obedecía a Marco (Aurelio) y por respeto a su mando conjunto se comportaba con dignidad y observaba el modelo moral que Marco había establecido" (Vero, 4, 3).
En Lucio Vero destacan, en un primer plano, su exuberante melena y unas bellas facciones, que establecieron un ideal masculino que conjugó la belleza de Antinoo, muy presente en los retratos juveniles de Lucio, con la moda filohelena de la época. En su rostro destaca una nariz curva, que imprime un intenso carácter a un perfil en el que resaltan unos pómulos muy marcados. Los ojos, almendrados, casi rasgados, se hunden bajo las amplias cejas. Destacan asimismo, la barba y una leonina cabellera, que se convirtieron en un rasgo esencial de su aspecto. Nuestra pieza se sitúa por su peinado en el tipo principal. Como muestran las acuñaciones emitidas desde el inicio del coprincipado, este tipo se mantuvo inalterado desde el año 160 hasta su muerte y posterior divinización.
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