| Descripción |
Los pintores románticos comenzaron a retratar frecuentemente a sus familias. José Gutiérrez de la Vega capta en este lienzo a su mujer, Josefa López, a quien se había unido hacía más de dos décadas, de una manera ciertamente peculiar. No se trata de un retrato al uso en el que la dama pose apaciblemente sentada en el hogar, ejecutando alguna de las labores propias de su sexo, tal y como eran retratadas la mayor parte de las mujeres burguesas de la época. Al contrario, nos la presenta en actitud activa y en un entorno que en principio no debiera corresponderle: el del taller del artista. De hecho, esta imagen supone para nosotros una valiosa fuente que documenta de primera mano y certifica de alguna manera la intervención de la mujer en el proceso creativo.
El lienzo que aparece detrás, apoyado sobre el caballete pudiera identificarse, en principio, con el retrato de Mariano José de Larra que ejecutó su marido. Ella se nos aparece imponente y segura, cumpliendo con uno de los trabajos más característicos del taller de un pintor, como era la molienda del pigmento; sostiene la piedra de moler delicadamente en su mano mientras señala la paleta y los pinceles con la otra. No podemos conocer con exactitud en qué consistía su aportación a la creación, en cualquier caso, aquí se hace evidente que ésta existía. Se trata de un cuadro ciertamente enigmático, en que llaman la atención algunos elementos como la indumentaria que luce Josefa, poco apropiada para el desarrollo de un trabajo manual y sucio, o la presencia de la paloma sobre la balaustrada que abre la visión hacia el jardín.
Con independencia de los significados que todos estos elementos pudieran tener, sobre todos ellos destaca el tratamiento y la temática de la obra en sí misma, de la que se desprende el reconocimiento a un trabajo ingrato y callado, desconocido y no reconocido, y no por ello menos importante; se trata de la voluntad de reconocimiento de la mujer en el proceso creativo del artista.
Asunción Cardona Suanzes
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