Descripción |
Una escena épica decora el cuerpo de nuestra hidria: el anciano rey de Troya, Príamo, va a partir en un carro que preparan sus allegados para acudir a la tienda de Aquiles, besar "aquellas manos terribles, homicidas, que habían dado muerte a tantos hijos suyos", y suplicarle que le devuelva el cadáver de su hijo Héctor. El anciano, barba y pelo pintados en blanco, ya sube al carro al que están enganchados dos caballos, mientras el auriga, vestido al modo tradicional, con larga túnica blanca, conduce por las riendas a la segunda pareja de animales para unirlos al tiro. Delante del carro un varón desnudo, quizás uno de los hijos del rey, sujeta las riendas de otro caballo. En el extremo izquierdo de la escena un personaje vestido a la manera oriental -gorro frigio, túnica de mangas largas y pantalones de ricos adornos- levanta la mano en gesto de despedida. Es Paris, el hijo de Príamo criado por los pastores del monte Ida, a quien los pintores áticos del arcaísmo gustan de representar como un guerrero frigio, introduciendo así ese toque de exotismo tan a la moda y fijando el contraste entre dos ideales de vida, el griego y el bárbaro, opuestos. Una inscripción alaba la belleza del joven: "Paris kalós", "Paris es hermoso".
La escena, relatada en la Ilíada homérica (XXIV, 159-518), nos introduce en uno de los temas esenciales de la épica, clave normativa para comprender el espíritu agonal: la muerte heroica y el rescate del cadáver del guerrero caído en la batalla. Si en la perspectiva heroica importa poco permanecer vivo, lo esencial es bien morir; de igual forma y bajo la misma perspectiva lo esencial no es arrancarle la vida al enemigo, sino desposeerle de la "muerte bella". Aquiles se ha apoderado del cuerpo de Héctor, cuerpo sin vida que despliega toda su belleza y valor con el brillo imperecedero que la muerte heroica le ha concedido - "admiraban su estatura, la belleza envidiable de Héctor" (XXII,370-1;71-73)-, para atarlo por los pies a su carro, arrastrarlo en torno a los muros de Troya, desfigurarlo y convertirlo en pasto de sus perros. Desfigurar el cadáver, reducir su estatus heroico a nada, privarle de la belleza, negarle la memoria del monumento y el lamento fúnebres, toda esta violencia destructora es el inverso de la "muerte bella". Por ello, adquiere tan gran importancia el tema del rescate del cadáver del compañero, que salpica en su grandeza y vivacidad numerosos episodios de la Ilíada, y que culmina en el relato de la súplica de Príamo a Aquiles, intenso y cargado de emoción. Pues es necesario que el cuerpo de Héctor, devuelto a su padre, sea objeto de un ritual funerario que le llevará al más allá intacto, en la reestablecida integridad de su belleza.
En el hombro del vaso, un complemento ideal de la escena anterior: una carrera de carros. Dos cuadrigas, conducidas por sendos aurigas con túnica blanca sin mangas, el kentron o larga fusta en las manos, guían los carros tirados por briosos caballos que levantan las patas delanteras. Varias inscripciones nos indican el nombre de los caballos y de los aurigas. La palabra, como la imagen, inmortaliza la gesta deportiva. Podríamos ver aquí la fusión entre el presente histórico y el pasado mítico. La carrera de carros celebrada en el estadio es actualización de la que los grandes héroes del mito realizaron, como las cantadas por Homero con motivo de los funerales en honor de Patroclo (Ilíada, XXIV). La aristocracia ateniense se representa a sí misma, sus prácticas e ideales, a través de la imagen del mito.
|