| Descripción |
Espejo oval situado dentro de un marco cuadrado conformado por casetones rectangulares de cristal, enmarcados a su vez por molduras de madera decoradas con elementos en forma de balaustre realizados con fina talla, lo mismo que los cuatro adornos de las esquinas en forma de lazos unidos por un nudo. En el centro de este marco aparece el espejo propiamente dicho de forma ovalada que está decorado con pinturas al óleo representando la figura de Marte acompañado de dos amorcillos. El dios aparece con una indumentaria algo anacrónica, en parte tomada de vestiduras imaginarias y en parte queriendo representar los elementos propios de un militar greco-romano de alta graduación. Va revestido con armadura metalica sobre la que lleva el "paludamentum" romano, un manto largo y amplio de color púrpura, reminiscencia de la clámide griega, casco de alta cimera de plumas, espada en la mano derecha y sandalias de cuero reforzadas en la parte anterior de las pierzas con las "cnemides" o canilleras adornadas con ricos elementos métalicos y pedrería. Su cuerpo dirigido hacia la izquierda, marca una fuerte curvatura pues se apoya alrededor del perfil ovado del espejo propiamente dicho. Frente a él, y del otro lado del citado espejo, se han representado los dos amorcillos que sujetan con sus manos una larga gurinalda de flores de diferentes tipos y colores, la cual cuelga alrededor del espejo.
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| Clasificación Razonada |
Este espejo hace pareja con el nº CE27481/2 representado a la diosa Minverva. Ambos están realizados a finales del siglo XVII y estan atribuidos a Andrea Belvedere, pintor napolitano especializado en bodegones, flores y pájaros, tal vez el más representantivo de los pintores de flores del siglo XVII de este estado italiano dependiente de España. Trabajó el estilo Barroco decorativo y su obra anticipó los refinados y delicados aspectos del Rococó europeo. El Barroco español está influenciado tanto por el barroco flamenco, como por el italiano. A la corte madrileña llegaron una cantidad masiva de obras y autores en la segunda mitad del siglo XVII, entre ellos, Andrea Belvedere, que fue pintor de corte en Madrid entre 1694 y 1700, invitado en 1692 por el propio rey Carlos II, probablemente por la recomendación de Luca Giordano. Aquí realizó varios retratos del monarca y de algunos Grandes de España pero se conservan pocas obras conocidas de su mano, entre ellas los dos grandes floreros del Prado (invs. nº 1102,1106 del Inventario general de 1990) y otro cuadro con dos niños y guirnaldas de flores igualmente del Prado (nº 1137), depositado hoy en el Museo de San Telmo, todos ellos con flores muy similares a las que vemos en esta pareja de espejos. Tal vez durante esta étapa española podría haber decorado estas piezas.
A su vuelta a Nápoles alrededor de 1700, abandonó la pintura totalmente y dedicó sus últimos 30 años a la literatura y al teatro, pero su obra aunque no muy abundante fué un modelo de influencia para las generaciones posteriores de artistas de bodegones, como Tommaso Realfonso, Nicola Casissa y Gaspare López.
Algunos ejemplos de este tipo de espejos, lo encontramos en salas de palacios italianos, como los que se conservan en el Palazzo Colonna, diseñados por Carlo Maratta y pintados por Mario de Fiori, también con flores y amorcillos. En todo caso, entronca con una forma de tratar los reflejos de espejos y cristales que se desarrolló en Italia, y sobre todo en Nápoles, durante el siglo XVII: se aprecia en un grupo muy interesante de stipi (papeleras o escritorios) decorados con vidrios pintados por detrás, cuyos primeros ejemplares se remontan a los años cuarenta de la centuria -por ejemplo los debidos al monogramista VBL- y que conocieron su período de máximo esplendor hacia 1700, cuando los discípulos de Luca Giordano y quizá el mismo pintor, intervinieron en su realización. La documentación conservada en diferentes archivos, y las piezas testigo conservadas en ciertas colecciones españolas a las que se incorporaron ya en la fecha de su realización (Can Vivot y una colección privada barcelonesa entre otras) indican que tanto espejos como escritorios con pinturas sobre materiales que les prestaban una interesante reverberación tuvieron gran éxito en España a pesar de lo costosos que resultaban. Estos espejos representan un jalón de importancia para ilustrar la historia del gusto en nuestro país, y en especial las complejas relaciones artísticas existentes con Nápoles, cuya estrecha relación con la corona española contribuyen a ilustrar y subrayar.
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