| Clasificación Razonada |
Uno de los temas más populares en la escultura medieval española es el que representa a santa Ana sosteniendo en su regazo a María y al Niño Jesús. En relación con la iconografía tradicional de la Virgen con el Niño, aparentemente con el grupo se intentaba resaltar la figura de santa Ana, cuyo culto, aunque existía con anterioridad, no se desarrolla en Occidente hasta los últimos siglos de la Edad Media. Sin embargo, el motivo fundamental es la creencia en la Inmaculada Concepción, con la que se pretendía ensalzar la figura de la Virgen equiparándola a la de Cristo, hasta en su concepción milagrosa y libre de pecado. Los Evangelios canónicos no mencionan el nacimiento y la infancia de la Virgen y sólo en los apócrifos se narran temas como el ciclo de Ana y Joaquín, que más tarde serían divulgados a través de La leyenda dorada, escrita por Santiago de la Vorágine a fines del siglo XIII.
Siguiendo estos textos, se llega a la conclusión de que el grupo de santa Ana, la Virgen y el Niño no revela ninguna realidad teológica, puesto que María dejó su familia a los tres años para ser confiada al Templo y, según la tradición, los padres de la Virgen ya habían fallecido al nacer Jesús. Es, pues, el resultado de una imaginación popular deseosa de nuevos argumentos que le acercara a los personajes sagrados. Por este motivo, tras la depuración temática del Concilio de Trento la representación decae notablemente.
La mayor parte de los investigadores coinciden en situar en el siglo XIV el nacimiento del tipo iconográfico que plasmaba la devoción por santa Ana como madre de la Inmaculada. Con una intención más simbólica que realista, en los ejemplares más antiguos se resuelve la composición tallando las tres figuras en un mismo bloque en el que santa Ana acoge sobre sus rodillas a su hija del mismo modo que ésta lo hace con el Niño. Más que en los rasgos físicos, las diferencias entre ambas se marcan con el uso de la toca para santa Ana, propia de las mujeres que por su edad o condición vestían discretamente, y la corona sobre el velo de la Virgen. Aunque el tamaño de la Virgen es menor al de su madre, tanto el rostro como el cuerpo no difieren mucho, mientras que en las piernas se produce una evidente desproporción.
Resulta complicado establecer una zona de producción concreta para un tipo de escultura de un carácter muy artesanal y que iconográficamente se repite en diferentes regiones españolas, de las que, por otro lado, faltan aún repertorios completos. Sin embargo, en este caso pienso que se puede plantear una posible procedencia aragonesa, concretamente de la zona de Huesca. Las similitudes con esculturas como la Virgen de Sarsamarcuello en el modo de resolver los rostros, con acusado mentón, y hasta en las propias policromías, decorando las túnicas con motivos en forma de rombos, en origen dorados, permiten al menos proponerlo como hipótesis.
En cualquier caso, se trata de una pieza de gran interés para la colección de escultura medieval, hasta ahora a falta de una talla de calidad que permitiera completar la serie de esculturas del mismo tema que se encuentran en el Museo con una obra representativa del modelo más antiguo y que además conserva una gran parte de la policromía original.
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