Descripción |
En 1443, Alfonso V de Aragón conquista el Reino de Nápoles. Hizo de Nápoles su capital y allí pasó los últimos veintinueve años de su largo reinado, convirtiéndola en el escaparate de su poder imperial y de su imagen pública como príncipe del Renacimiento. En este ámbito simbólico, la moneda, además de ser un elemento imprescindible para el funcionamiento económico del reino, era quizá el signo más evidente del poder de Alfonso, en cuanto que su acuñación era una prerrogativa de la realeza. El diseño de sus acuñaciones, sin embargo, siguió un patrón mucho menos innovador de lo que cabía esperar de un gobernante que supo beneficiarse de la vanguardia artística y cultural de su época.
Los alfonsinos de oro, que comenzaron a emitirse en grandes cantidades a partir del mismo año en que conquistó la ciudad, equivalían a un ducado y medio y se inspiraban en las grandes piezas de oro coetáneas de Francia y de Castilla, que, por su gran tamaño, permitían grabar diseños muy cuidados y atractivos. Estas monedas, cuyos cuños fueron creados por el platero Paolo di Roma, son, en efecto, piezas espectaculares y de gran calidad, acuñadas en buena parte con oro africano procedente del comercio del trigo siciliano y, tan bien aceptadas, que continuaban circulando varias décadas después de su emisión. Alfonso no introdujo en ellas su retrato, sino una imagen de tradición medieval, el rey a caballo como defensor del reino, que remite directamente a los sellos reales y que debió de considerar más apropiada para un objeto de naturaleza conservadora como la moneda, imagen por excelencia del poder del Estado.
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