Descripción |
Recipiente en forma de odre, alto y proporcionalmente estrecho, con un gollete en forma de cáliz en uno de los extremos superiores. En lo alto del vaso se sitúa una figura modelada en terracota, un ser híbrido con cuerpo superior humano al que se une una cola ondulante de serpiente marina, terminada en aleta de pez. La figura levanta el brazo derecho, con la palma de la mano abierta, mientras sostiene en la mano izquierda una pátera. De la zona inferior de este medio cuerpo humano, a la altura de las caderas, brotan dos prótomos de perro modelados de forma muy esquemática. Surgen a derecha e izquierda del gollete, con las patas delanteras extendidas. Toda la figura estaría cubierta de engobe blanco y decorada con una rica policromía. El resto del vaso también habría recibido una rica decoración polícroma.
La figura representada es Escila, uno de los temibles monstruos que poblaban el mar, hija de Tifón y de Equidna. Es en la Odisea (XII, 89-103) donde por primera vez se describe a este ser mitológico. Sin embargo, el relato homérico no fue el inspirador de las primeras imágenes de este monstruo, en las que aparece invariablemente con medio cuerpo de mujer y cola de dragón marino, de cuya cintura surgen dos prótomos de perro. Ésta es la gran novedad y el atributo característico de Escila.
En la Magna Grecia Escila se convirtió en uno de los seres favoritos del ámbito marino. Allí adquirió sus características más explícitas y se introdujo en contextos míticos nuevos, pero siempre, directa o indirectamente, a través de la imagen o de la función del vaso, relacionados con el mundo de la muerte.
En el contexto funerario las criaturas marinas son necesarias, pues el mar separa el mundo del aquende y del allende. El mar es el puente, el tránsito entre ambos mundos, y por eso es un camino iniciático. Este tránsito no puede realizarse sin ayuda. Sólo las divinidades y démones marinos -Nereidas, tritones, hipocampos, delfines- controlan las rutas que conducen a las Islas de los Bienaventurados, el reino de la eterna felicidad, de la beatífica inmortalidad, donde moran los héroes felices, a cuyas orillas sólo pueden llegar los elegidos, los iniciados.
Los artistas suritálicos dieron nueva vida a la figura de Escila, quien en las imágenes de sus vasos navega junto a las Nereidas. Escila se ha convertido en un personaje benéfico y, sobre todo, sabio. Su conocimiento es esencial, porque es un conocimiento iniciático. Ella, que vivía en las puertas del Erebo, mirando siempre hacia el ocaso, sabía cómo llegar hasta allí. Las almas que iban a iniciar el tránsito al otro mundo necesitaban de ese saber profético y privilegiado, de ese conocimiento trascendente para alcanzar la inmortalidad. Es el símbolo del viaje de las almas al paraíso de la felicidad y beatitud eternas.
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