Descripción |
La escena del anverso representa la apoteosis de Heracles. El héroe es introducido en el Olimpo en un carro guiado por su protectora, la diosa Atenea. Es el momento de la partida del cortejo divino, del inicio de la procesión triunfal. Heracles, parcialmente oculto por la diosa, está ya subido a la caja del carro, al que se agarra con la mano derecha. Sólo la nudosa clava apoyada en el hombro le distingue de un ciudadano real. Atenea inicia el movimiento de partida, uno de sus pies aún toca el suelo, mientras sostiene las riendas y la lanza en las manos. Es la Atenea guerrera, patrona de la ciudad.
Acompañan el cortejo los dioses, Apolo citaredo en primer lugar, quien entona el encomio dirigido al héroe, ritmado con la música de su cítara. Frente a él, una diosa, posiblemente Ártemis, amante de la caza y cercana al héroe cazador de monstruos. En el extremo derecho de la escena aguarda sentado Hermes, quien sostiene en una mano el caduceo. El dios fronterizo aguarda en el espacio limítrofe y de la mutación, a las puertas del Olimpo. Contempla maravillado la magnífica procesión que se acerca y gesticula su asombro y su bienvenida con la mano. De ella saldrán las aladas palabras del heraldo que anunciarán a los olímpicos y a los hombres el triunfo final del héroe más excelente. Una inscripción sin sentido corre desde las cabezas de los caballos hasta la espalda de Hermes.
La apoteosis de Heracles fue tema popular en Atenas en los años de la tiranía de Pisístrato y sus hijos. La imagen nos ofrece la exaltación de Heracles, la heroización del mortal bajo el auspicio y protección de los dioses, su ingreso en una esfera superior, inmortal.
La escena del reverso nos introduce en el mundo dionisiaco. Dioniso preside el encuentro y la fiesta de su tíaso. Vestido con túnica y amplio himation y coronado de hiedra, sostiene el cántaro, lleno del sagrado líquido que ha desencadenado la fiesta del exceso, la liberación y el entusiasmo. Del dios brotan ramas de vid cargadas de pámpanos que se expanden hacia los lados, fecunda invasión del espacio que su mera presencia ha propiciado. Gira la cabeza hacia atrás para contemplar -y ser contemplado- por el grupo de sátiro y ménade situado a su espalda. El sátiro toca el doble aulós; la ménade, coronada de hiedra, acompaña el ritmo de la flauta con los crótalos. A la derecha de Dioniso, un nuevo grupo: una ménade, la nébride sobre su vestido, danza poseída de entusiasmo agitando los crótalos. El sátiro que danza con ella se distingue del anterior en dos detalles: su larga barba y su pelo erizado son blancos, y unas pequeñas incisiones en el perfil del vientre indican su piel velluda, su aspecto animalesco: es el viejo sileno, Papposileno, preceptor de Dioniso.
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