| Descripción |
La preparación de un carro, habitual tema aristocrático, decora el hombro. Un varón, desnudo (gran escudo colgado al hombro), aguarda con un pie aún sobre el suelo. Sus manos sostienen lanza (o lanzas), kentron o fusta y riendas. Dos caballos están uncidos al yugo y el experto, vestido con la esplendente túnica blanca, se ocupa atento del ajuste de los animales al yugo. Un joven tranquiliza a uno de los dos caballos, acariciándolo. Dos ayudantes llevan de las riendas a los dos caballos restantes. Por último, un personaje, envuelto en manto y apoyado en su lanza, a la derecha de la escena, sigue los preparativos. Representa la vertiente observadora, expresión de la solemnidad y recuerdo del momento heroico.
Preside la escena principal un majestuoso Dioniso, barbado y coronado de hiedra. Es dios engendrador, en sus manos sostiene las ramas de vid fecunda, con grandes racimos colgantes y la siempre verdeante hiedra. Vid y hiedra pertenecen a este dios de la naturaleza húmeda, phytá, dios que porta la hiedra. Injertadas en las manos del dios-árbol, ambas plantas hermanadas se vigorizan en su contacto. Dioniso sostiene el gran cántaro en su izquierda, vaso sagrado que le asocia a Tebas y que agarra de una de las asas verticales. De la otra asa lo sostiene la diosa coronada con gorro cilíndrico o polos, señal de encuentro y reconocimiento entre los dioses. Ella, tal vez Deméter, diosa también agraria, sostiene una jarra con el vino de bienvenida. La bebida conmemorativa va a tener lugar.
Un sileno desnudo toca el doble aulós y, a su lado, un personaje tañe la cítara.. Le acompaña una mujer, también coronada. Se trata de Apolo citaredo y de su hermana Ártemis, divinidades del espacio agreste. Se celebra la aceptación de Dioniso, dios de la vegetación y el éxtasis, en el ordenado y solemne mundo de los dioses olímpicos. Hermes, con pétaso o gorro de viajero, túnica corta y características botas aparece semioculto por la diosa que acoge a Dioniso. A él se dirige con el gesto de su mano. Así refiere la polis la aceptación del poderoso dios del vino y del campo, que también es ahora el de la tragedia en Atenas. Acompaña a Dioniso su cortejo de sátiros. Además del afanado músico, un sátiro se delinea detrás del dios, con un maravilloso gesto de asombro pues le atrae la cítara extraña y el inaudito canto. En el extremo de la derecha asoma un sátiro, itifálico. Son seres espontáneos, curiosos, vitales.
El tirano Pisístrato y sus hijos fomentaron en Atenas el culto de Dioniso a quien se representa con frecuencia en las hidrias áticas de esta época. El vaso contiene el agua fresca para el vino del simposio presidido por el dios, quien aquí llega con el cántaro preparado en su mano.
La predella o friso inferior con el enfrentamiento de los animales nos asoma al lugar marginal del territorio, donde rigen los usos del reino más salvaje. El vigor de la naturaleza acentúa la presencia sagrada. El león evoca al dios. La asociación del león al reino de Dioniso se documenta en numerosos vasos arcaicos.
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