Descripción |
Lécito de forma ovoide con gran pie de disco. Cuello corto y fino que se ensancha hacia el hombro. Boca troncocónica en embudo, de perfil marcado, con el labio ligeramente biselado. Una fina asa, en cinta, plana, de sección rectangular nace en el cuello y muere en la parte posterior del hombro. Éste está decorado con una doble fila de lengüetas dispuestas radialmente. La parte inferior de la panza aparece decorada por dos bandas de barniz negro que se alternan con otras dos bandas en reserva mientras que el resto del tercio inferior y el pie aparecen nuevamente barnizados en negro.
En la panza y delimitada en la parte superior por una doble línea de puntos, enmarcada entre líneas de trazado impreciso y en la inferior por una nueva línea de barniz negro que simula el suelo, el pintor ha reproducido el undécimo trabajo impuesto a Heracles por Euristeo: bajar a los infiernos con la orden de que le trajese el perro Cerbero.
El héroe va vestido con túnica y con la piel de león. Ha desenvainado la espada y con ella ataca al Cerbero. Detrás del monstruo de doble cabeza, un hombre vuelve su rostro para mirar a Atenea. A la izquierda, la diosa es el otro testigo de la hazaña y la protectora del héroe. Está sentada observando la escena. Lleva casco de alta cimera con penacho y sujeta con la mano derecha una lanza mientras que con la otra agarra la cola de Cerbero.
Heracles, pese a su valor, no habría podido salir con bien de esta empresa, si, por mandato de Zeus, no le hubiesen ayudado Hermes y Atenea. Ante todo, se hizo iniciar en los misterios de Eleusis, que enseñaban la manera de llegar con plena seguridad al otro mundo después de la muerte. Heracles llegó ante Hades y le pidió autorización para llevarse a Cerbero. El dios accedió, pero con la condición de que había de dominar al animal sin recurrir a sus armas habituales, revestido simplemente con su coraza y piel de león. El héroe atacó a Cerbero, lo agarró por el cuello y, a pesar de que el rabo del perro, que acababa en una especie de dardo como el de un escorpión, le picó repetidas veces, no soltó la presa hasta que la tuvo dominada. Subió luego a la tierra con su botín, saliendo por la boca del Infierno. Al ver a Cerbero, Euristeo experimentó tal terror que corrió a ocultarse en el interior de una tinaja, su habitual refugio. No sabiendo qué hacer con el perro, Heracles lo devolvió a su dueño, Hades.
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