Descripción |
Esta copa ática de figuras rojas pertenece al grupo de las llamadas "copas de tipo B", que ofrecen un perfil continuo desde el labio hasta el pie. Toda la superficie exterior está cubierta de barniz negro. La decoración se concentra en su interior: en el medallón, rodeado por un círculo en reserva, un sátiro arrastra por los cuernos a un macho cabrío.
El sátiro, de largas e hirsutas barbas, cabellos largos y alborotados, una gran clava en la frente, nariz chata y orejas equinas, corre semiarrodillado hacia la derecha, las piernas flexionadas para adaptarse al espacio circular del tondo. Ciñe su cabeza una corona de hojas de hiedra pintadas en rojo. El pelo, como es habitual en estos años, no está separado del barniz de fondo por una línea en reserva, sino mediante una incisión. Mientras corre mostrando su torso de frente, vuelve la cabeza hacia atrás, hacia un macho cabrío al que agarra por los cuernos. Del animal solo se representa la cabeza y el cuello, los cuernos nudosos, las largas barbas -que le confieren una apariencia muy similar a la del sátiro-, un ojo grande y redondo, crines dibujadas con líneas de barniz en relieve, y el pelaje del cuello, realizado con barniz diluido.
Una inscripción, realizada con pintura roja, corre por encima del brazo del sátiro: LEALOS, posiblemente Leagros, aunque falta la segunda palabra, kalós, característica de estas inscripciones que celebran la belleza del efebo de moda en los círculos simposíacos atenienses de estos años: es decir, "Leagro es bello".
El tema iconográfico nos introduce en la esfera dionisíaca a través de uno de los componentes de su tíaso, en una escena conectada con el ritual preparatorio del sacrificio. Falta aquí Dioniso, a quien se dedicaría la ofrenda y quien posiblemente actuaría también como sacerdote -a veces es llamado Dioniso Aigobolos, "el que mata al macho cabrío"-. El sátiro, imagen casi duplicada de la víctima, oficia en este ritual como asistente, conduciéndola hasta el altar. La escena transcurre en el ámbito modélico del mito, donde se instituyen las acciones rituales. En la religión dionisíaca este sacrificio es institución necesaria, alejada de la violencia de los ritos orgiásticos extra urbanos en los que las ménades enloquecidas despedazan a sus víctimas (diaspargmós) y comen sus entrañas crudas (omophagia), aún palpitantes. El sacrificio es también restauración de la convivencia, del orden social y religioso, e integración de los rituales dionisíacos, cuyo espacio es el de los bosques, las montañas y los territorios de caza, en el espacio del santuario y de la ciudad.
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