Foto: José Luis Municio García

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Museo Museo Arqueológico Nacional
Inventario 58349
Clasificación Genérica Azulejería; Objetos ornamentales; Elementos arquitectónicos
Objeto/Documento Panel
Autor/a De Loaysa, Fernando
Materia/Soporte Loza
Pigmento
Esmalte
Arcilla
Esmalte estannífero
Óxido metálico
Técnica Esmaltado
Pintado
Cocción
Dimensiones Altura = 54 cm; Anchura = 81 cm
Descripción Dos figuras aladas con el torso desnudo y extremidades inferiores convertidas en roleos estilizados flanquean de espaldas un medallón oval, al que rodean, en la parte superior, roleos, "ferroneries" y un querubín que contempla la escena; en la inferior, una máscara colocada entre veneras. Uno de los paneles presenta una orla decorada con herrajes y espejos. Originalmente estos paneles se hallaban rodeados por recuadros que contenían medallones insertos en cartelas y un gran despliegue de follaje de acanto y formaban parte de un friso corrido. Una cenefa cumplía funciones de elemento separador, bordeando individualmente cada panel y cada uno de los recuadros.

Este tipo de paneles de azulejos fueron fabricados expresamente para revestir los interiores de las residencias de las familias nobles. Está documentado que en su día recubrieron paramentos del Palacio del Infantado en Guadalajara, del Palacio de Frías en Oropesa (Toledo) y del Palacio de los Duques de Maqueda, título incorporado posteriormente a la Casa de Sessa y Altamira, de Torrijos (Toledo). En 1603, con el mismo planteamiento y similar diseño se ejecutó un cuarto friso para decorar el palacio de Vila Viçosa (Portugal), propiedad del séptimo duque de Braganza (Santos Simoes, 1945). El Museo Arqueológico Nacional conserva dos paneles procedentes de estos revestimientos, este que perteneció al palacio de Oropesa, adquirido en 1933 a Félix Boix, y otro procedente del palacio de Torrijos, adquirido el mismo año a Anastasio de Páramo y Barranco (nº inv. 58350).

La parte más bella de los arrimaderos la constituían los paneles con escenas figuradas, semejantes a lo que aquí se presentan. Todos los paneles que se han conservado muestran la misma composición, que un periodista definió hace un siglo como "medallones con admirables figuras quiméricas de mujer". Estas figuras, con alas, diadema y cintas que brotan del cabello y van a morir en el borde de sus extremidades vegetales, encajan, al igual que los hierros recortados o las máscaras, en el repertorio de corte manierista utilizado en ciertas artes decorativas españolas, a partir de la segunda mitad del siglo XVI.

Al comparar estos paneles con realizaciones cerámicas contemporáneas, se tiene la impresión de que en estos frisos intervinieron artistas muy bien formados en dibujo y que los pintores cerámicos ejecutaron una labor extraordinaria porque uno de los grandes atractivos de estas obras, aparte de su programa iconográfico, reside en la técnica pictórica empleada; por una parte, se ha conseguido que las figuras produzcan una gran sensación de relieve utilizando magistralmente las sombras; por otra han sabido iluminar los bellísimos azules que dominan la representación.

Todos los arrimaderos contenían escenas insertas en medallones ovales, pintadas de color amarillo-ocre, también con algunos toques de color blanco. Páramo publicó en su día que uno de los medallones del Palacio de Oropesa estaba dedicados a uno de los doce Trabajos de Hércules; por otra parte, los dos paneles de esta serie que se conservan en el Museo Nacional de Artes Decorativas muestran en uno de los medallones un papagayo apoyado delicadamente sobre una rama, motivo que siempre suele hacer referencia al don de la palabra y a la elocuencia; en el medallón del segundo panel se ha representado a Acteón transformándose en ciervo y a punto de ser devorado por los perros, según el dibujo de Étienne Delaune (1519-1583); finalmente, los dos paneles del Museo Arqueológico Nacional contienen "Virtudes", escenas que asimismo están presentes en los frisos portugueses. Estos datos nos inclinan a pensar que todos los frisos proceden de un foco común y con un programa iconográfico unitario que incluía representaciones heráldicas, escenas mitológicas y un repertorio más o menos extenso de "Virtudes alegóricas" posibles referencias a los valores mostrados por los propietarios de esos palacios. El significado de las dos figuras alegóricas representadas en los paneles que figuran en esta exposición es complicado, pues los atributos que les acompañan o son muy ambiguos -figura en meditación aparente que sujeta en su regazo un libro con cerradura- o son tan precisos que tampoco sabríamos interpretarlos. En el panel con cenefa, la figura tiene delante un tintero y un libro abierto en el que está escribiendo, pues lleva una pluma en la mano; pero, además, dirige la mirada hacia lo que parece ser un cuadrado mágico, suspendido de la rama de un árbol, en el que aparecen números o signos indescifrables, en cuyo caso, quizá fuera posible relacionar esta figura con la Aritmética.

Seguimos sin conocer cuál fue - seguro que existió- la fuente iconográfica directa de estas dos figuras femeninas que, por otra parte, han sido ejecutadas por la misma mano. Fue Platón Páramo el primero en apuntar la posibilidad de la que figura femenina representada en el panel con cenefa fuera el modelo dibujado para una de las virtudes que esculpió Gaspar Becerra (1520-1570) en el banco del retablo de la catedral de Astorga, contratado en 1558 (Martín González,1969). Las dos figuras, la tallada en el retablo y la pintada en el panel cerámico, están reclinadas en la misma postura, son imágenes con volumen, de complexión atlética y, originalmente, ambas presentaban el torso desnudo; terminado el retablo, la figura de Astorga fue cubierta con un manto, pues al Cabildo le apreció indecorosa para figurar en un lugar sagrado. Aceptada esa proximidad formal, creemos que por contenido y atributos no están tan cerca, porque la Virtud de Astorga se acompaña de un libro cerrado, con llaves y un pequeño ramo de flores, atributos que no parecen tener relación con los de la figura cerámica. Por otra parte, tampoco los autores se ponen de acuerdo a la hora de interpretar la figura de Astorga. Para Ponz, sería la Esperanza, para Martín González, la Prudencia, y para González García, La Religión.

Pero si es cierto que desconocemos las fuentes iconográficas, también es verdad que en esta ocasión se sabe el nombre del pintor cerámico que ejecutó el que ha estado considerado "el trabajo de azulejería talaverana más completo del cambio de siglo". En 1595 fue contratado Fernando de Loaysa para llevar a cabo los arrimaderos del Palacio de Infantado que, posiblemente, fueran la cabeza de toda la serie.
Datación 1600[ca]
Contexto Cultural/Estilo Renacimiento
Dinastía de los Austrias. España
Edad Moderna
Lugar de Producción/Ceca Talavera de la Reina
Historia del Objeto Colección Boix
Exposición: Mecenazgo y poder en la España del siglo XVI; 2009,
Clasificación Razonada Según Mañueco, la obra puede corresponder a uno de los conjuntos de frisos fabricados por encargo expreso de familias nobles; probablemente se integre en un programa iconográfico unitario, que incluiría representaciones heráldicas, escenas mitológicas y un repertorio de alegorías de "Virtudes", posibles referencias a los valores de los comitentes.
Catalogador Edad Moderna
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