Descripción |
Figura masculina de medio cuerpo ubicada en un paisaje rocoso con vegetación. El hombre, con barba y tonsura, presenta el torso desnudo cubierto con una tela blanca a la altura de la cintura y un manto que cae por su hombro izquierdo. Sujeta con ambas manos, a la altura del pecho, unas cadenas con las que golpea su espalda. En primer plano destacan, sobre una roca, varios libros amontonados junto a los que aparecen una calavera y un tintero con una pluma en su interior. En el ángulo inferior derecho sobresale un perro blanco y negro que sujeta con la boca una vela encendida y sobre el que aparece un crucifijo. El cuadro se completa en el ángulo superior izquierdo con un fondo de nubes de tonos grises.
Se trata de una representación de Santo Domingo de Guzmán como penitente, de claras reminiscencias en las conclusiones emitidas tras el Concilio de Trento, como una respuesta a las tesis protestantes sobre los santos eremitas.
El místico se encuentra en un abrigo de peñas que a la derecha deja ver paisaje de tormenta, aparece el santo de más de medio cuerpo, con cabellos y barba rubios, desnudo, con un paño de pureza blanco y manto verde oscuro, enredados en el brazo izquierdo. Se encuentra mirando a Crucifijo en un momento en el que está parando de azotarse con unas férreas cadenas que ha cogido con ambas manos, que poseen un gran y complejo estudio. Sobre la peña varios libros, el tintero con la pluma, una calavera, y el perro con la antorcha ardiendo, empresa de los Dominicos. A la izquierda, inserto en un leño, y en cruz de tosco palo, el Crucificado, al que dirige su mirada el santo fundador. El libro es un objeto propio del intelectual que, como la pluma en el tintero, se considera atributo intrínseco de la sabiduría.
El artista ha mezclado de manera magistral los objetos del sabio con los instrumentos de santidad. Junto a la calavera, que crea el sentido del "memento mori", símbolo de la vanidad y de la meditación sobre la muerte, y el crucifijo, también objeto de meditación, sólo lo encontramos en los libros. El pintor nos habla de una renuncia a todo lo terrenal, salvo al propio conocimiento.
Es una obra de gran calidad, asignada al discípulo que mejor supo asimilar el estilo de El Greco, Luis Tristán. En ella, el artista aunó con gran acierto su conocimiento de las composiciones de su maestro y la honda impronta del naturalismo tenebrista de Caravaggio en Roma, ciudad a la que viajó para completar su formación. La disposición de la figura recuerda a las concebidas por el Greco, pero difiere del estilo de éste los colores terrosos, la iluminación contrastada, la contundente definición de la musculatura del cuerpo del santo y la cuidada plasmación de los objetos de primer término, que le aportan un carácter menos místico y etéreo que en las obras del griego.
De vuelta a Toledo, desarrolló una pintura de temática religiosa siguiendo las composiciones del Greco y el estilizado canon de sus figuras alargadas, cabezas pequeñas y manos expresivas, pero utilizó una paleta de base terrosa que se aparta bastante de los colores agrios del maestro, acercándose por sus carnaciones y tipología a modelos de influencia flamenca como Moro o Key. Su actividad artística duró apenas diez años, lo que explica la homogeneidad de su estilo.
Figuró en la exposicion "Velázquez y lo velazqueño" que se celebró en Madrid en 1960. En el catálogo se establecía un "paralelismo con la pintura de Orrente por sus ocres y rojizas tonalidades y el modo peculiar de tratar la luz, así como también con Ribalta, por su entrega al natural y la introducción de lo cotidiano y lo popular en la pintura religiosa".
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