Descripción |
Excepcional retrato ecuestre del arquitecto Juan Pedro Ayegui y Torralba, pintado en 1838 por Rafael Tegeo. El retratado aparece elegantemente ataviado, con casaca de color negro forrada con seda azul, a juego con la corbata lazo, chaleco de tono pardo-rojizo y pantalón de color claro. Complementa su atuendo con una alta chistera clara, guantes de color tostado y unos pulidos zapatos o botas de charol. Luce el cabello negro corto y con largas patillas, y el rostro afeitado. El caballo, castaño, está elevando sus patas delanteras en posición de corveta. El jinete y su montura se recortan sobre un celaje azul con nubes y un paisaje a base de promontorios del terreno con escasa vegetación que dejan paso a la vista de una villa, entre cuyas construcciones destaca una alta torre.
En palabras de Carlos G. Navarro, uno de los comisarios de la muestra que el Museo Nacional del Romanticismo dedicó a Rafael Tegeo entre 2018 y 2019, se trata de una de las obras más espectaculares de la producción de Rafael Tegeo. Este pintor llevó a cabo su primera formación artística en Murcia, trasladándose después a Madrid para estudiar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Allí se educó en la pintura neoclásica de la mano del alicantino José Aparicio. Trabajó, además, ayudando a Fernando Brambilla, italiano afincado en España y pintor de cámara del rey Fernando VII. De esta forma, Tegeo se familiarizó con la pintura decorativa y de paisaje, temáticas que serían fundamentales para sus obras posteriores. En 1822 viajó a Roma por su cuenta, donde permaneció hasta 1827. A su vuelta a España en 1828, fue nombrado miembro honorario de la Real Academia de San Fernando, en la que ostentó distintos cargos a lo largo de su carrera. Los años 30 del siglo XIX fueron los años de esplendor del artista, en los que realizaría decoraciones para el Casino de la Reina y el Palacio Real de Madrid. En estos mismos años recibe importantes encargos del infante Sebastián Gabriel, para el que ejecuta varias obras, tanto religiosas como mitológicas. Al mismo tiempo, Tegeo se impuso como uno de los retratistas de mayor fama en la imperante sociedad burguesa del romanticismo español.
Su producción refleja el eclecticismo académico de los pintores de la generación que trabajó entre el Neoclasicismo y el Romanticismo. De lenguaje depurado y preciso, con gran atención al dibujo, en su obra se aprecia una evolución desde la influencia de la tradición clásica en sus primeros lienzos hacia la delicada sencillez de sus retratos burgueses, con una profunda atención a la dimensión psicológica de los modelos.
Aunque gozó de reconocido prestigio en su momento, la historiografía posterior no le ha otorgado el lugar que se merece y su figura quedó relegada hasta prácticamente caer en el olvido. Buena prueba de ello es este retrato que, a pesar de figurar en buena parte de la bibliografía sobre el artista -ya que Tegeo lo presentó en la exposición anual de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de 1838- no había sido reproducido hasta la publicación del catálogo de la mencionada exposición del Museo Nacional del Romanticismo, e incluso venía siendo erróneamente identificado por parte de sus propietarios en aquel momento.
La presentación de esta obra en la exposición de la Academia no pasó inadvertida. José de Madrazo, que había sido director de dicha institución y que ese año accedería a la dirección del Museo del Prado, escribió a su hijo, el también pintor Federico de Madrazo, refiriéndose a este lienzo como uno de los mejores de la muestra. Destacaba, además, la enorme influencia del cuadro del Conde Duque de Olivares de Velázquez en la ejecución de la poderosa presencia del caballo. La prensa recibió con elogios esta obra, tal como se recogió en algunas de las críticas de la exposición publicadas en distintos periódicos, como el Semanario Pintoresco Español (nº 135, 28/10/1838, pp. 753-755) o El Panorama (nº 4, 25/10/1838, p. 15).
G. Navarro destaca la soberbia ejecución de la figura del caballo, apoyado en un certero dibujo, que confirma la familiaridad del artista con la fisonomía de estos animales, que estuvieron muy presentes en sus obras. Como expone, además de la señalada referencia velazqueña, que sería buscada por el artista de un modo directo, este lienzo se inserta en la tradición romántica de representar a la aristocracia y la alta burguesía madrileñas montados a caballo, de paseo. Federico de Madrazo o Carlos Luis de Ribera, primeras figuras de la escena artística del momento, también practicaron este género. Sin embargo, este retrato a caballo, único ejemplo conocido de esta tipología de la mano de Tegeo, es, en opinión del experto, superior a los de estos grandes artistas (Navarro, C. G., 2019).
El fondo urbano tras el retrato puede identificarse con la villa de Arróniz, en Navarra, localidad natal del personaje retratado. Juan Pedro Ayegui y Torralba (1801-1859) había obtenido el título de arquitecto en la Academia de San Fernando en 1828 y nombrado académico de mérito en 1832. El 31 de marzo de 1838 tuvo lugar su nombramiento como arquitecto de fontanería y alcantarillado del Ayuntamiento de Madrid, desempeñando más tarde también el puesto de arquitecto del Departamento Alto de la corporación municipal. En 1846 se le nombra arquitecto mayor de los reales sitios, puesto que ejerció durante un breve periodo de tiempo. Entre sus obras más destacadas estarían la reparación y puesta en uso de la ría del Casino de la Reina, la terminación de Colegio de Medicina y Cirugía de San Carlos, así como del monumento del Dos de Mayo en la plaza de la Lealtad. También estuvo encargado de la dirección de las obras de la Real Posesión de Vista Alegre y diseñó varias casas particulares en la ciudad de Madrid (Moleón Gavilanes, P., 2020)
La realización de esta pintura estaría asociada al nombramiento de Ayegui como arquitecto del Ayuntamiento de Madrid, acaecido en 1838, año en que se pinta. Pero Carlos G. Navarro aprecia cierta desproporción entre el cargo, sin duda importante, y la monumental presencia que implicaba esta obra de gran formato, incluso con el coste que supondría. Para este experto, quizá favoreció la elección de este formato triunfante una circunstancia biográfica común entre el pintor y su modelo, que debieron compartir ideología y peripecias políticas que les unirían amistosamente (Navarro, C. G., 2019).
De hecho, hay distintos testimonios de la militancia liberal de Ayegui: con veinte años se alistó en la Milicia Nacional local voluntaria de Madrid, poco antes de que lo hiciera el propio Tegeo, en la que permaneció siempre. Además, tras el Trienio Liberal su apellido y su profesión figuran entre los papeles reservados de Fernando VII en una lista de los masones de las logias madrileñas. Tanto es así que tuvo que presentar un informe y una declaración sobre su conducta política antes de conseguir el título de arquitecto de la Academia.
Su implicación en la política, por tanto, debió ser muy pareja a la de Rafael Tegeo, que dos años antes había sido nombrado concejal del Ayuntamiento de Madrid en el que Ayegui había comenzado a ejercer, coincidiendo con la vuelta del sistema constitucional.
(Catalogación: Rebeca Benito Lope. 2023)
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