Descripción |
Obra pictórica en que, sobre un fondo aéreo representado con colores verdes oscuros y anarajandos degradados en franjas horizontales de distintas tonalidades, flotan diversas formas curvas que evocan elementos orgánicos, tanto vegetales, a modo de ramas cubiertas de musgo, como siluetas esquematizadas de animales. El predominio de las formas curvas suscita impresión de movimiento, evolución o transformación, añadido al sentido onírico de la composición.
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Clasificación Razonada |
La obra pertenece a la primera etapa pictórica de Antonio Saura, que inicia durante la convalecencia tras una larga enfermedad, y le lleva a explorar, de una forma totalmente autodidacta, los caminos del surrealismo con sus primeras series, Constelaciones y Paisajes (1948-1950). En ambas series trabaja con el vacío, y a partir de él, mediante el azar, construye las formas que surgen de él, esa "concretización plástica de lo informe" de la que habla Saura en sus escritos.
La obra es una interesantísima muestra del trabajo de este autor en la década de los cincuenta del siglo XX, época en la llevó a cabo, durante unos pocos años, obras de fuerte carácter surrealista, nacidas de expresar su propio universo onírico repleto de significados ocultos.
El Cortejo Nupcial muestra, a partir de imágenes extraídas del subconsciente del artista, un conjunto de formas polimórficas estilizadas que se entrecruzan en una suerte de danza mágica y fantasiosa, en un paisaje de apariencia astral.
La obra pertenece a la serie "Paisajes", algunas de cuyas pinturas fueron expuestas en la primera exposición individual de Saura en Madrid, "Pinturas surrealistas de Antonio Saura", en la Galería Buchholz, en marzo de 1951, tras la celebrada en octubre de 1950 en la Sala Libros de Zaragoza, su primera exposición.
En el catálogo de esta exposición de 1951, Saura dice: "[Hemos de] Pintar todas las imágenes aparecidas mágicamente; todas las escenas invisibles que sabemos existen; todas las imágenes registradas por la cámara de los sueños; todas las imágenes reales provistas de un contenido mágico; todas las fantásticas creaciones, deformaciones e idealizaciones fraguadas conscientemente. [.] Hemos de hundirnos cada vez más en la oscuridad y rodearnos de luz, a fin de intentar descubrir y plasmar acertadamente todo aquello misterioso, profundo, escondido."
En sus "Paisajes", Saura trataba de reflejar "el verdadero paisaje del subconsciente", paisaje que no podía ser otro que el vacío absoluto donde flotan los detritus de la noche oscura. Ausencia como decorado, ingravidez como energía, silencio como fondo, noche interior, lugar matriz como paisaje. Trataba de fijar las capturas de una forma verosímil para demostrar su simbólica conexión con el removido poso de la memoria, con los mecanismos del nacimiento del recuerdo "dentro de nuestro propio paisaje".
Para Saura "las maravillosas formas vegetales son propicias a desencadenar los más grandes juegos artísticos y lograr potentes creaciones". Esta recurrencia a formas plásticas que evocan el mundo orgánico o biológico permite despertar en el espectador un sentimiento de familiaridad y, a la vez, de inquietud al situarse en la zona fronteriza entre la figuración y la abstracción.
El Surrealismo, que se había desarrollado en España en los años treinta a partir de diversos focos, entre ellos Aragón, resurge a finales de los cuarenta con el grupo Dau al Set en Cataluña y el aragonés Antonio Saura como dinamizador del foco madrileño a partir de la muestra en el Salón de los Once de 1950. En 1953 puso en marcha el proyecto de exposición colectiva Arte Fantástico, ejerciendo el papel de aglutinador en el renovado ambiente artístico madrileño. Su propósito era "verter con toda sinceridad, sin trabas estéticas o morales, todo cuanto surge del interior profundo, tenebroso, enormemente bello y lúcido del subconsciente".
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