| Descripción |
Retrato de medio cuerpo y de semiperfil a la derecha del poeta Antonio Machado (Sevilla, 1875 - Colliure, 1939) a la edad de cincuenta años. Con semblante serio, desvía la mirada hacia el espectador. Sus oscuros cabellos, peinados hacia atrás, dejan al descubierto su frente ancha. En su rostro alargado destacan las cejas negras, sus pequeños ojos oscuros, su nariz recta y alargada y la boca cerrada de labios finos, el inferior más grueso. Viste camisa y una prenda de abrigo, y sus manos convergen sobre un bastón que sostiene delante.
Al célebre autor de "Soledades, galerías y otros poemas" (1907) y de "Campos de Castilla" (1912), le retrata Leandro Oroz (Bayona, 1883 - Madrid, 1933) con gesto expresivo, mirada directa y joven aspecto a pesar del bastón en el que apoya sus manos. Estaba a punto de cumplir los cincuenta años y aún residía en Segovia, adonde había llegado en 1919 para ocupar la cátedra de francés del Instituto General y Técnico. Ya era un escritor consagrado pero todavía le quedaban por escribir muchas obras, entre ellas "Juan de Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo)" (1936).
Leandro Oroz retrató a numerosas personalidades que destacaron en la España de la primera mitad del siglo XX en los distintos órdenes de la vida nacional: artistas, escritores, músicos, científicos, filósofos, humanistas y aristócratas. Estas obras no sólo dan idea del prestigio que como retratista debió de alcanzar sino también del ambiente en el que llegó a moverse profesionalmente. En particular, el Museo del Romanticismo conserva veinticinco de esos retratos, tres de ellos de destacados miembros de la generación del 98: Antonio Machado, Miguel de Unamuno (inv. CE2000), con el que el poeta sevillano intercambiaba sus preocupaciones por España mediante una estrecha relación epistolar, y Ramón María del Valle-Inclán (inv. CE2093).
Aunque fue conocido sobre todo por sus aguafuertes, el lápiz y el carbón fueron sin duda los grandes aliados de Oroz desde sus inicios y los dibujos del Museo del Romanticismo evidencian la maestría que alcanzó en la técnica del carboncillo en la cumbre de su carrera artística. De hecho, muchos de esos retratos fueron objeto de diversas apariciones en prensa, sobre todo con motivo de una exposición que se inauguró el 5 de marzo de 1927 en el desaparecido Salón Nancy de Madrid, en la que figuró este retrato de Machado. Sea como fuere, cada uno de ellos encierra la esencia del personaje retratado; sin ahondar en los detalles, sabe plasmar de manera sintética pero certera el rasgo o la facción del rostro que más le identifica. En este caso, sus magistrales trazos de carboncillo nos devuelven la efigie del poeta sevillano con un estilo directo y sencillo. La penetrante mirada del escritor atrae poderosamente la atención del espectador gracias a su gran fuerza expresiva. El cabello alborotado, retirado hacia atrás, está realizado con trazos firmes, de los que también se sirve para las cejas, los ojos, las manos y el bastón, suavizándolos para los contornos. Como es habitual en sus retratos, Oroz concede todo el protagonismo a la cabeza, relegando la indumentaria a un papel secundario que, sin embargo, contribuye a conformar la figura. No obstante, llama la atención la importancia que también ha dado en este caso a las manos, cuyos nudillos ha reforzado con sutiles toques de pigmento blanco, de los que también se ha servido para realzar los brillos naturales del rostro, como se aprecia fundamentalmente en la frente, y para el cuello de la camisa.
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