Foto: Ángel Martínez Levas

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Museo Museo Cerralbo
Inventario 02433
Clasificación Genérica Joyería
Objeto/Documento Diadema
Conjunto Aderezo de joyería
Materia/Soporte Oro
Piedra preciosa [probablemente citrinos, cuarzos o amatistas imitando topacios]
Técnica Laminado
Troquelado
Recortado
Filigrana
Gema: Tallado [talla mixta: talla brillante en la parte superior y talla en galerías en la parte inferior]
Dimensiones Altura = 26 cm; Anchura = 18 cm
Descripción Diadema, al parecer de oro, con 50 topacios, montados en labor de filigrana, del mismo estilo que el imperdible nº 2.432. Las tiras para los broches son de malla.
Datación 1820[ca]-1840[ca]
Contexto Cultural/Estilo Edad Contemporánea
Época de la Restauración francesa(1814-1848)
Lugar de Producción/Ceca Francia (Europa)
Clasificación Razonada Esta diadema forma un medio aderezo junto con un broche (Inv. nº 02433) y un par de pendientes (Inv. nº 02434). Originalmente las piezas formaban un aderezo completo compuesto al menos por collar, diadema, dos pulseras, un pasador y un par de pendientes. En una fecha lejana a su fabricación el pasador se transformó en broche y se unieron en una sola pieza la diadema, el collar y las pulseras, formando un tocado de estilo clasicista, adaptado al gusto historicista predominante en el último cuarto del siglo XIX.

La modernización de piezas anticuadas ha sido una constante en la historia de la joyería antigua y esta costumbre ha permitido que haya pervivido un conjunto de joyas que actualmente se encuadran en el llamado estilo georgiano, hoy en el punto de mira de los coleccionistas por su escasez y su refinamiento. Las joyas georgianas se realizaron y/o utilizaron en Inglaterra entre 1714 a 1830, es decir, durante los reinados de Jorge I, Jorge, II, Jorge III y Jorge IV, por lo que bajo la misma clasificación se encuentran joyas de diferentes estilos y tendencias. La ejecución del aderezo del Museo Cerralbo corresponde a la última etapa del estilo, marcada por el gusto neoclásico y romántico, y al igual que muchas joyas georgianas de esta época ostenta punzones franceses: los pendientes muestran el punzón utilizado en París entre 1819 y 1838 como garantía del oro de 18 quilates, y el broche se encuentra marcado con las iniciales del joyero o artífice.

Si bien no se han encontrado otros punzones en la diadema, el collar y las pulseras, el conjunto fue realizado a juego y muestra, en diferentes grados de calidad, la pericia de los joyeros franceses de las décadas de 1820 y 1840, a los que se atribuye la introducción en la joyería culta de la filigrana tipo "cannetille" y del granulado, técnicas aplicadas en la ornamentación de los engastes y en la ejecución de cadenas a modo de cordones o cintas de malla, como las que forman las pulseras de este aderezo. También corresponde a la tradición francesa el oro de tres colores que vemos en el marco del broche: amarillo, rojo por la mayor cantidad de cobre en la aleación y amarillo pálido por la adición de una mayor proporción de zinc o estaño. La orla floral del marco es típica de este estilo: un cerco ovalado de diminutas flores en relieve de tradición dieciochesca que recuerdan tanto a las flores de adormidera como a las rosetas clásicas. Las joyas georgianas muestran además una pedrería ovalada de amatistas y topacios imperiales en las piezas más ricas, si bien en este caso las gemas probablemente son citrinos.

Filigrana, gránulos y rosetas fueron en el siglo XIX no sólo elementos característicos de la joyería culta sino que también se inscriben en los patrones tradicionales de la joyería popular mediterránea como reminiscencias de la joyería antigua - etrusca, helenística, romana y bizantina- que por entonces comenzaba a ser conocida por medio de hallazgos y excavaciones arqueológicas. Es probable que el vínculo de estos elementos con la Antigüedad permitiera que el aderezo fuera conservado en una época en que ya había pasado de moda, y no fuera desmontado y fundido, sino transformado en un tocado inspirado en las diademas grecorromanas.

Hacia 1860 se inició en la joyería europea una tendencia anticuaria encabezada por el joyero Fortunato Pio Castellani, impulsor del revival del clasicismo griego y etrusco en este campo. Con sus hijos Alessandro y Augusto intentó reproducir con fidelidad arqueológica las técnicas etruscas del granulado y de la filigrana en joyas de nuevo diseño o en réplicas de las piezas originales encontradas en las excavaciones, que además coleccionaba. Debido a su influencia la antigüedad clásica caracterizó a la joyería culta italiana, francesa e inglesa hasta la década de 1880. Otro hecho importante que avivó esta tendencia fue el descubrimiento del polémico Tesoro de Príamo, encontrado por Schliemann en 1873 en las ruinas de Troya, que incluía diademas lucidas por su mujer, Sofía Engastromenos, en una fotografía ampliamente difundida.

Las joyas etruscas de Castellani y las diademas troyanas impusieron en Europa una nueva forma de realzar la belleza femenina, reservada a las damas de alta alcurnia, que componían sus tocados con "joyeles de oro etruscos, apropiado adorno para hacer valer las líneas de un rostro hermoso y para aumentar la nobleza de su traje de terciopelo o de raso adamascado". El autor de esta descripción, Francisco Miquel y Badía, reflejó en esta frase una moda que en España debió difundirse en la década de 1870, y que permitía a la dama no sólo ostentar su distinción y realzar su belleza sino también hacerse valer por sus dotes intelectuales, pues de esta manera podía expresar visualmente su conocimiento de la historia antigua y sobre todo, de la historia de los objetos suntuarios con los que se adornaba y decoraba sus salones. Este barniz de cultura propiamente femenino es el que quiso imprimir Miquel y Badía a las jóvenes damas españolas en su obra "La habitación. Cartas a una señorita", publicada en 1879, un compendio de cartas o capítulos en los que narraba de forma amena la historia de las artes decorativas y los descubrimientos más notables de su época, con referencia a los museos y colecciones que conservaban las piezas. Es así que en su Carta novena, dedicada a la joyería, muestra la imagen de la mujer de Schliemann con el tocado y joyas de Helena, que, según el autor, como otros tocados contemporáneos de Egipto y Asia Menor, caía por la frente y por ambos lados de la cara. Este tipo genérico de tocado que enmarcaba el rostro fue el que quiso reproducir el artífice de la transformación del aderezo del Museo Cerralbo: sobre la cabeza se coloca la diadema, cuya anchura original se aumentó con una fila inferior de piedras unidas mediante soldaduras, que en realidad corresponden a la sarta del collar; la parte suelta de éste debe colgar hacia delante, sobre la frente; las pulseras, unidas con alambres a la diadema, caen a los lados de la cara.
Historia del Objeto Descrito en Inventario de las obras de arte [...] del Museo del Excelentísimo Sr. D. Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII Marqués de Cerralbo, firmado en 1924 por Juan Cabré.
2433 Diadema, al parecer de oro, con 50 topacios, montados en labor de filigrana, del mismo estilo que el imperdible nº 2.432. Las tiras para los broches son de malla.
Mide de longitud 53 centímetros por 6 de nacho.
Valorado en setecientas cincuenta pesetas.
La joyería española de Felipe II a Alfonso XIII; [Exposición La joyería española de Felipe II a Alfonso XIII celebrada en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid del 20 de mayo al 19 de julio del año 1998.]
Catalogación Granados Ortega, Mª Ángeles (21/01/2011)
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