Descripción |
En torno al volumen esférico del aribalo danzan cinco personajes en un campo abigarrado de rosetas. Visten quitones cortos pintados en rojo sobre el barniz negro; bandas decoradas con puntos blancos los ciñen en cintura y muslos. Destaca en ellos su aspecto grotesco, sus abultados vientres y glúteos. Sus expresivos movimientos componen una danza que tiene como marco una vegetación desbordante. Cuatro de estas figuras se disponen en una ordenada fila repitiendo actitudes y movimientos: orientados hacia la izquierda, con las piernas flexionadas y los pies apoyados en el suelo, levantan el brazo derecho frente al rostro y extienden el izquierdo detrás de la nalga. El quinto personaje, orientado hacia la derecha, hace frente a los anteriores, aunque su cabeza gira totalmente hacia atrás para contemplar un objeto o una gran roseta situada a su espalda.
Estas figuras grotescas son los llamados "danzarines de la gruesa panza". Son personajes habituales en los vasos corintios, en aribalos y alabastrones, es decir, en vasos de perfumes, y en vasos de la bebida: crateras, enócoes, escifos y copas. En muchas ocasiones se han representado con elementos relacionados con el vino: cuernos de beber, cántaros, jarras, y siempre danzando, a veces acompañados por la música del aulós. Pero su acción principal es la danza, ordenada o desenfrenada, a veces obscena.
La danza inducida por el vino rompe las fronteras que encierran la naturaleza humana. El entusiasmo producido por la bebida concede al hombre un vigor y una flexibilidad extraordinarios, sobrehumanos. Sus movimientos gesticulantes quieren emular y propiciar el brotar de la vegetación que les rodea. Un espíritu "divino" les ha invadido, el espíritu presente en la sagrada bebida, en la danza y en la acción fecunda de la germinación vegetal que ha tenido lugar ante ellos.
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