Descripción |
La cratera de volutas es uno de los vasos utilizados en Magna Grecia como ajuar o, incluso, como monumento funerario -algunas de ellas llegan alcanzar más de un metro de altura-, y uno de los más espectaculares de la producción cerámica suritálica. Posee un marcado carácter arquitectural, con grandes y altas asas rematadas en volutas que, al modo de las acróteras de un templo, coronan el vaso. Los numerosos motivos ornamentales -ovas en el borde, ondas marinas, puntos y rosetas en el cuello, lengüetas y ovas en el hombro, y meandros enmarcando las escenas- subrayan la compleja articulación arquitectónica de este vaso. Hay en muchas de ellas una doble alusión al monumento fúnebre: una evocación indirecta a través de la sugerencia de su forma y una visualización directa a través de las imágenes que lo decoran. Un rico programa iconográfico se despliega por toda la altura del vaso, imágenes íntimamente relacionadas con el mundo de la muerte.
La escena que decora el anverso del vaso nos muestra una característica escena funeraria: en el centro se sitúa un naiskos o templete de color blanco, un edificio concebido, al modo de los templos griegos, con dos columnas jonias que sostienen un arquitrabe y un frontón triangular. El templete se levanta sobre un podio decorado ovas marinas. En el interior está representado el difunto sedente, un varón adulto, desnudo. Sostiene en la mano izquierda una fiale, recipiente empleado en los rituales funerarios para realizar libaciones en honor al difunto. Debajo de ella una corona, símbolo del triunfo sobre la muerte. Del fondo superior cuelga una cinta funeraria. El color blanco empleado para el templete y para la figura de su interior no sólo alude al mármol utilizado en los edificios y esculturas fúnebres, sino también al carácter ideal, sagrado, de la acción que tiene lugar en su interior y del espacio del cementerio, antesala del reino de ultratumba, y al carácter heroizado del personaje allí enterrado. El naiskos se concibe así como heroon, templo donde se oficia un culto heróico en honor del difunto.
Dos son las figuras situadas a los lados del templete, un varón desnudo y una mujer vestida con quiton, ambos de pie sobre un terreno ideal al que se alude con filas de puntitos blancos. Llevan nuevas ofrendas a la tumba: bandejas con alimentos. Son los familiares o allegados del difunto, en una escena típica de despedida del que parte hacia el más allá, y, a la vez, los oficiantes de este culto a los muertos en su vertiente heroizadora.
La escena del reverso complementa a la anterior. De nuevo los participantes en este ritual funerario, que acuden con ofrendas ante una estela. El monumento se ha convertido ahora en un pilar, adornado con cintas blancas y negras, alzado sobre un podio. Los objetos que estos personajes llevan -sítula, abanico, tímpano- aluden al ambiente festivo, fecundo y beatífico del espacio iniciático de la muerte y de un allende de bienaventurado.
La imagen que decora el cuello de la cara A sorprende por la aparente extrañeza del paisaje, fecundo y vegetal, donde se desarrolla. Una cabeza femenina de perfil brota entre espirales y roleos vegetales. Es la imagen del ánodos, del brotar, del renacer a una nueva vida en un paraje maravilloso, espacio de la transformación, de la generación inagotable. Estamos ante una imagen metafórica de la muerte expresada a través de su contrario: la metamorfosis vegetal. La figura que realiza el tránsito en este espacio ideal puede identificarse con una diosa. Perséfone o Afrodita, en cuyo Jardín simbólico tiene lugar este trance decisivo. En la cara B es una gran palmeta, rodeada de medias palmetas y brotes vegetales, la que sintetiza y resume esta acción generadora. Cuatro cabezas de cisne modeladas plásticamente y barnizadas en negro, brotan a los lados del cuello, sobre el hombro. Son las aves de Afrodita, que acompañarán con su vuelo el viaje del difunto al Jardín paradisíaco.
Las cabezas femeninas en relieve que decoran el medallón circular de las volutas están pintadas en blanco en la cara A y de rojo en B. Son máscaras frontales de la Gorgona o Medusa, del tipo idealizado o "bello", démones cuya mirada es símbolo de muerte. Estas guardianas del paraíso vigilan con su poder apotropaico la tumba y el reino de ultratumba. Contiene su mirada también un conocimiento esencial e iniciático, pues penetra en el territorio de alteridad, en el más allá.
Bajo las asas, un complejo programa de palmetas superpuestas.
Se funden indisolublemente en las imágenes que decoran este vaso el mundo del aquí, del espacio de los hombres -la imagen del cementerio, de sus monumentos, de sus rituales- y del allende, el espacio de los dioses que reinan sobre los muertos y que presiden el tránsito hacia una existencia fecunda y bienaventurada. El vaso, metáfora en imágenes, es puente y vehículo de comunicación entre dos mundos.
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