Descripción |
Una profusión decorativa, unido a la fluidez de líneas de ejecución rápida y a la abundancia cromática de los colores blanco y dorado, caracteriza la obra de este pintor. El alto cuello lo cubre la figura de una mujer, sentada en una gran roca blanca en la que reposa su mano. Viste túnica abundante, ceñida por cinturón, que cae en amplio y suelto regazo. En su izquierda sostiene y muestra una gran bandeja con frutos: asoman en su borde lo que parecen dos granadas, el fruto mítico que la joven Perséfone, persuadida por Hades, hubo de comer para permanecer en la muerte.
La escena de quietud, en que la muchacha reposa, aguarda y mira, contrasta con el movimiento de la escena dionisíaca sobre el cuerpo. Una mujer corre apresurada, con cintas blancas en la mano, y vuelve apresurada su rostro al sátiro calvo que la interpela. Al pararse de súbito un amplio vuelo airea el borde de la túnica. El sátiro lleva tirso, con cintas, y un amplio collar sobre el pecho y le muestra a la mujer un ave, que coge de un ala. Acude a la carrera otra mujer, con corona en su mano, apresurada. Los cabellos desordenados y en movimiento aluden a su condición de ménade. El vuelo de su vestido se superpone al inmenso brote floral que invade la escena. Sobre el fondo una corona blanca, punteada y un objeto circular colgado, tal vez una pátera.
Motivos del imaginario de la muerte extendidos en el mundo suritálico, y en medida mayor los dionisíacos, quedan asumidos por la aristocracia etrusca de este período avanzando del siglo IV.
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