Descripción |
Gran ánfora de Apulia de figuras rojas, de cuello, alargada y ascendente, de perfil marcadamente vertical. Esta monumentalidad del tamaño del vaso implica una transformación o variación del uso y sentido originario del vaso. Aparecen como un sustituto metafórico del edificio funerario. Tan sólo en la escala heroizadora de la muerte estas nuevas escalas se justifican plenamente en su contexto simbólico.
Los numerosos motivos ornamentales - ramas de vid en el borde, palmetas y lengüetas en el cuello, ramas de vid y ovas marinas en el hombro y meandros enmarcando las escenas- subrayan la compleja articulación arquitectónica de este vaso. Hay en muchas de ellas una doble alusión al monumento fúnebre: una evocación indirecta a través de la sugerencia de su forma y una visualización directa a través de las imágenes que lo decoran. Un rico programa iconográfico se despliega por toda la altura del vaso, imágenes íntimamente relacionadas con el mundo de la muerte.
La escena que decora el anverso del vaso nos muestra una característica escena funeraria: en el centro se sitúa un naiskos o templete de color blanco, un edificio concebido, al modo de los templos griegos, con dos columnas jonias que sostienen un arquitrabe y un frontón triangular. El templete se levanta sobre un podio decorado con palmetas. En el interior está representado el difunto, un poeta, apoyado sobre su bastón. Mantiene una conversación con su esclavo que porta una lira en la mano izquierda. Entre ambos, en el suelo un cántaro de asas elevadas, el vaso de Dioniso, ligado estrechamente a sus cultos, vaso heroificador en el que acostumbran a beber los héroes. Del fondo, en la parte superior, cuelgan una máscara trágica de teatro y cintas funerarias. El color blanco empleado para el templete y para las figura de su interior no sólo alude al mármol utilizado en los edificios y esculturas fúnebres, sino también al carácter ideal, sagrado, de la acción que tiene lugar en su interior y del espacio del cementerio, antesala del reino de ultratumba, y al carácter heroizado del personaje allí enterrado. El naiskos se concibe así como heroon, templo donde se oficia un culto heróico en honor del difunto.
Cuatro son las figuras situadas a los lados del templete, dos varones desnudos y dos mujeres en esquema cruzado, sentados o de pie sobre un terreno ideal al que se alude con filas de puntitos. Uno de los varones, sentado, sostiene una corona; el otro, ofrece uno de los dos cántaros figurados que aparecen en el podio del templo. Las mujeres, vestidas con quitones ceñidos, llevan ofrendas a la tumba: una caja y una bandeja con alimentos. Son los familiares o allegados del difunto, en una escena típica de despedida del que parte hacia el más allá, y, a la vez, los oficiantes de este culto a los muertos en su vertiente heroizadora.
La escena del reverso complementa a la anterior. De nuevo aparecen los participantes en este ritual, que acuden con ofrendas al naiskos levantado encima de tres escalones. Sobre ellos dos cántaros y huevos de arcilla. Los objetos que estos personajes llevan -gran rama de vid y cintas - aluden al ambiente festivo, fecundo y beatífico del espacio iniciático de la muerte y de un allende de bienaventurado.
Bajo las asas, roleos, palmetas y medias palmetas.
Se funden indisolublemente en las imágenes que decoran este vaso el mundo del aquí, del espacio de los hombres -la imagen del cementerio, de sus monumentos, de sus rituales- y del allende, el espacio de los dioses que reinan sobre los muertos y que presiden el tránsito hacia una existencia fecunda y bienaventurada. El vaso, metáfora en imágenes, es puente y vehículo de comunicación entre dos mundos.
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