Descripción |
En el anverso la diosa Tetis entrega las armas divinas a su hijo Aquiles, aquellas que Peleo recibió de manos de los dioses en sus bodas. Aquiles se representa desnudo, barbado y con largos cabellos ceñidos con una cinta blanca, en la plenitud de su juventud y belleza, en la expresión más alta de su areté guerrera y heroica. Dialoga con su madre mientras recibe de ella el gran escudo. Siguen a la diosa tres Nereidas, figuras idénticas a Tetis, salvo por las armas que portan - coraza, casco y lanza- y la corona de la despedida. Tras Aquiles se sitúan tres figuras masculinas, barbadas, vestidas con chitones y envueltos en himatia. El primero es un anciano, pues sus cabellos y barba pintados de blanco asó lo indican. No podemos nombrar con seguridad a estos tres personajes, aunque seguramente dos de ellos sean Peleo, quizás el anciano situado inmediatamente detrás de Aquiles y Fénix, preceptor del héroe.
La escena transcurre en Ptía, la patria del héroe. Es el momento de la partida hacia Troya, hacia la muerte y hacia la gloria. Las Nereidas han acudido desde Eubea hasta el Pelión para acompañar a su hermana y equipar al héroe. La entrega es visión anticipada del ineludible destino de Aquiles y preludio de la segunda entrega, la que Tetis, solitaria, realizará en las playas de Troya tras la muerte de Patroclo (Ilíada, XIX, 1-36). Es el primero acto de un épos que concederá al heroe el kléos definitivo, la gloria inmortal a través de sus hazañas guerreras y de su muerte en combate.
El tono heróico y aristocrático de esta escena contrasta con el del reverso, donde el tíaso dionisíaco se entrega a la parousía, al juego y a los excesos sexuales. La transición se realiza a través de las imágenes situadas bajo las asas, el espacio limítrofe de la eschatiá. En este territorio de la alteridad habitan los monstruos, las fieras salvajes.
En la cara B la liminalidad de los sátiros se expresa a través de su apariencia y de sus acciones: seres de puntiagudas orejas de cabra, narices chatas, hirsutos y desordenados cabellos y barbas, largas colas y enormes falos erectos, entregados al frenesí de la danza orgiástica, al deseo sexual irreprimido, al sexo solitario. La bestialidad se conserva de forma más explícita en el segundo sátiro, un híbrido con patas caprinas. Sólo en este universo paralelo, donde todo es posible y la norma humana se invierte, pueden actuar estos seres intermedios, salvajes y limítrofes. El vino y la música de la fiesta dionisíaca, y la inagotable energía sexual de los sátiros, han desencadenado la trasgresión, la inversión del modelo heróico que la escena del anverso celebraba, y la metamorfosis de quienes se contemplan en este doble espejo de las imágenes que presiden la reunión en torno al vino.
|