Descripción |
La cantante de asturianadas Obdulia Álvarez, "La Busdonga" (1896 - 1960), cantando en una celebración familiar acompañada por su hermano, el gaitero Ángel Álvarez, "El Busdongu", en Las Segadas (Oviedo).
El término «asturianada» hace referencia a un conjunto de canciones que, además de este nombre, ha recibido otros tales como «asturiana», «canción asturiana» y el poco afortunado «canción vernácula». Desde finales de los años ochenta del siglo XX se ha impuesto la denominación «tonada», antes poco utilizada y en sentido muy laxo. En origen, «asturianada» era voz análoga a «gallegada» en tanto que reflejaba el punto de vista de un observador ajeno. Se aplicaba, a comienzos del siglo XIX, a un conjunto de asturianos o bien a una narración de temática asturiana, generalmente cómica, como leemos en el periódico El Látigo Liberal (Madrid, 1821): «Sí sabrá v. esta asturianada; pero yo, como soy tan porra, allá va, por si acaso, porque estoy también persuadido de que no es v. muy universal». Esta voz empezó a utilizarse en el sentido de «canción asturiana» ya en los primeros años del siglo XX, figurando en textos periodísticos y, desde los años veinte, en referencias a obras musicales de ambiente asturiano y en discos de 78 rpm; con anterioridad, era costumbre titular o referirse a las asturianadas por su procedencia geográfica, siendo características denominaciones como «payariega», «cabraliega», «pongueta», «langreana», «carreñana», «praviana» y «xoverina». Los nombres referidos se aplican a una canción específica (es decir, que no agota la totalidad de las manifestaciones vocales asturianas) cantada en principio por toda Asturias, aunque su mayor cultivo corresponde a los concejos centro-orientales, localizándose en parte del occidente la «vaqueira», que suele tratarse como un canto "sui generis", muy localizado y vinculado a un modo de vida trashumante, y la «gallegada», canción directamente importada de Galicia. Fuera de Asturias, la asturianada se extiende a las áreas limítrofes de Galicia (Ancares, Fonsagrada), al occidente de Cantabria y al norte de Palencia.
Históricamente, la asturianada es una canción de origen popular, aunque regularizada por el uso y profesionalizada desde finales del siglo XIX en un contexto de exaltación del folklore local. Esta normalización tendió a resaltar sus potencialidades virtuosísticas, que ya se encontraban, aunque menos desarrolladas, en sus raíces populares, y contribuyó a la progresiva selección y fijación de un repertorio, llegando a constituirse un género singular y reconocible. Este proceso de selección, junto con el gusto popular, ha dado lugar a que estilos como la «carreñana», practicada hasta mediados del siglo XX, o la «pongueta», grabada a comienzos del mismo siglo por el Gaitero de Libardón, hayan caído en el olvido, quedando solo testimonios discográficos, mientras que otros, como la «allerana», gozan hoy día de amplio cultivo.
Desde un punto de vista formal, la asturianada es una canción individual monódica, a solo, que, si está en modo mayor y evoluciona en la tesitura del puntero, puede acompañarse con la gaita, quedando fuera de esta posibilidad estilos como la «allerana», en modo menor. En ocasiones, se ha acompañado con el bordón producido por el eje del carro, en contextos de trabajo agrícola. Literariamente, presenta una estructura estable, compuesta por una cuarteta octosilábica y un remate o caxigalina de metro variable, pero siempre menor, que puede o no añadirse al final y que no necesariamente presenta conexión temática con la cuarteta principal. Hay un pequeño grupo de asturianadas que recurren a la estructura métrica de la tríada; son las «soberanas» y las «sampedradas», así llamadas por la invocación que contienen. Fueron muy empleadas en el canto de la danza prima, aunque con melodías más llanas y progresivamente arrinconadas a lo largo del XX por la pujante corriente virtuosística:
¡La Soberana!
La que va pela pedrera,
¡cómo ximielga la saya!
La asturianada requiere voces de barítono o tenor y sus intérpretes deben ser capaces de cantar con holgura una extensión de al menos una octava y media. Se ornamenta profusamente con bordaduras, mordentes, apoyaturas y vibratos; fluye a ritmo libre y da lugar a un discurso determinado por las repeticiones de los versos y las prolongadas y floridas cadencias ejecutadas, por lo general, sobre la penúltima sílaba del verso hasta resolverse en la tónica, que coincide con la sílaba final. La gaita, en caso de utilizarse, emplea una textura heterofónica y ejecuta los floreos (inicial y final) y los descansos intermedios que permiten al cantante tomar aire tras una frase difícil.
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