| Clasificación Razonada |
El origen de las máscaras enlaza con las más remotas creencias de la humanidad, vinculadas tanto a la existencia de seres del más allá como a la necesidad de propiciar la fertilidad, tanto de personas como de animales y cosechas.
Comunes en todo el mundo, han pervivido hasta hoy en las manifestaciones tradicionales de la cultura, adquiriendo un gran desarrollo en los meses invernales, que desde siempre se han concebido como de transición y renovación, favorables a ritos propiciatorios para eliminar los males del año que pasó y favorecer los bienes del año entrante.
Su desarrollo ha tenido lugar en el mundo rural, donde la relación con la tierra y los animales es más estrecha, creando la necesidad material y espiritual de enfrentarse a las fuerzas de la naturaleza que pudieran dar al traste con cosechas y ganados.
La Península Ibérica no ha sido una excepción, constatando que en su mayor parte se dan este tipo de manifestaciones, denominadas mascaradas invernales, siendo común en ellas la presencia de seres estrafalarios, zoomorfos y ruidosos, de nombres estrambóticos, cuya misión principal es recorrer las calles espantando los males y demonios que nos rodean. No deben confundirse en su origen con el Carnaval, a pesar de la cercanía de fechas y de que, en algunos casos, se hayan terminado fusionando con él.
En Ávila se han mantenido sin interrupción hasta hoy las mascaradas de los cucurrumachos (Navalosa) y los zarramaches (Casavieja). Hasta tiempos no muy lejanos del siglo XX también se mantuvieron los machurreros (Pedro Bernardo), hoy recuperados y consolidados, estando también en ese proceso los harramachos (Navalacruz) y las toras (El Fresno).
La musealización de este patrimonio inmaterial ha sido posible gracias a las donaciones, en 2018, de las asociaciones Siempre Viva (Pedro Bernardo) y Canto Bolero (Navalacruz), y de los ayuntamientos de Navalosa, Casavieja, El Fresno y Pedro Bernardo.
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