Lugar de Procedencia |
[Las piezas para el Museo de Artes y Costumbres Populares de Aracena, algo más de 200, fueron adquiridas en la Sierra de Huelva, a principios de los años 70, por Salvador de Sancha Fernández, primer director del Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla, a petición personal y con dinero particular de Florentino Pérez Embid, natural de Aracena y Director General de Bellas Artes hasta 1974, cuando fallece. Estas piezas permanecieron depositadas en Sevilla hasta 1978, año en el que fueron trasladadas a Aracena para la apertura del museo. Cuando se suprime, en los años 80, este museo de Aracena (sección del Museo de Huelva), sin que llegara a abrirse al público, la gran mayoría de estas piezas volvieron al Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla, donde se conservan en la actualidad.]
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Clasificación Razonada |
Todo parece indicar que el bidé moderno fue creado a finales del siglo XVII por fabricantes de muebles franceses. Según algunos autores fue concebido como receptáculo de agua destinado a que los jinetes se aliviasen tras una dolorosa jornada a caballo. Esta teoría se apoya en el propio término que significa "caballito", "poni", o en referencia a la postura que se adopta al sentarse (en francés antiguo, bider , "trotar"). Otras fuentes, sin embargo, apuntan a que se diseñó como utensilio de higiene íntima para las relaciones pre y postcoitales, y también como método anticonceptivo.
Según el escritor Néstor Luján, fué mencionado por primera vez en las Memorias del Marqués d´Argenson, en 1710, cuando Madame de Prie recibió en audiencia al marqués sentada en su bidé. Se anuncia comercialmente en París a partir de 1739, en ocasiones denominado "silla de limpieza", y hacia 1770, cuando el mobiliario del baño empieza a adquirir cierta complejidad y la jofaina (precursora del lavabo) toma nuevas formas, el bidé ya aparece como un elemento más del baño. Fue creado para asear los genitales entre baños regularmente programados. En sus orígenes, el bidé se colocaba sobre un caballete y se usaba en el dormitorio. Los primeros ejemplares fueron en madera, y posteriormente, metálicos. La tipología de nuestra pieza, sustentada en estructura metálica, de forma renal y tapadera, es característica de finales del XIX.
Hasta el siglo XVII, sea en hogares urbanos o rurales, señoriales, burgueses o asalariados, el cuarto para asearse brillaba por su ausencia. La falta de higiene, unido a la alimentación deficiente y al escaso servicio médico, provocaba epidemias frecuentes, mortalidad infantil muy elevada y esperanza de vida extremadamente corta. No es hasta la generalización de las ideas sobre la higiene, la salud pública y personal y el confort que preconizaron los ilustrados franceses a finales del siglo XVIII, cuando empezamos a encontrar una mayor presencia de los utensilios relacionados con el aseo y una política destinada a implantar ciertos servicios sanitarios en las ciudades. La evolución de su expansión fue lenta y paulatina: primero en los hogares urbanos de clase alta y mucho más tarde en los hogares rurales de asalariados agrícolas.
Aún así el uso higiénico del agua no fue una práctica habitual en Europa hasta el siglo XIX. Otras vías sirvieron para el refinamiento y la limpieza, como el cambio de la ropa interior, los enjuagues o los frotamientos. Los baños no estaban exentos de connotaciones negativas hasta épocas relativamente recientes y, cuando se generalizan, lo hacen en función de su eficacia médica, más que por limpieza o bienestar. El baño era una práctica "especializada" y se jugaba con su temperatura para conseguir el éxito terapéutico. Y desde luego los baños destinados a la limpieza debían limitarse en su frecuencia ya que, entre otras consideraciones, el agua era un medio mal dominado, susceptible de perjudicar al organismo. El pudor reforzó hasta épocas relativamente recientes esta resistencia, con connotaciones inmorales, sobre todo relacionadas con el agua caliente y la privacidad. Todas estas circunstancias dibujan un seco panorama en el que aún en las viviendas de principios del XIX eran raros los espacios dedicados al baño, como también las menciones a esta práctica en memorias y relatos.
Sin embargo, no se puede ignorar que se produjo un aumento de las exigencias sanitarias hacia mediados del siglo XIX. Además de nuevas convicciones teóricas, una nueva sensibilidad, sobre todo una percepción más positiva de la piel, promueven la práctica del agua en el segundo tercio del XIX. Empiezan a valorarse los baños aunque es una práctica reservada a los privilegiados. Hay que esperar hasta el segundo tercio del XIX para encontrar la nueva forma de concebir el agua, en especial su previsión para la mayoría. Esto se une a la transformación de las ciudades en el XIX con sus correspondientes innovaciones acuáticas (canales, red de alcantarillado, tuberías, etc.). En 1860 solo las viviendas privilegiadas de París tienen cuartos de baño. Después de 1880 lo incorporarán las casas de alquiler. Este dispositivo se convirtió a principios del XX en signo evidente de "confort moderno". Los médicos de finales del siglo XIX que se ocuparon de establecer los preceptos higiénicos de aseo, limpieza y aderezo dieron mucha importancia al apartado denominado cosmética hidrológica, que comprendía tanto los denominados baños de placer -de corriente o en pilas- como los llamados baños parciales de limpieza. Estos avances suponen una conquista psicológica pues la intimidad del lugar se impone con una insistencia nunca vista hasta entonces. Se trata de un espacio rigurosamente privado al que se entra en solitario. La historia de la limpieza conduce en este sentido a la construcción del individuo. Las nuevas prácticas del baño y el agua a fines de siglo suponen una transformación total del imaginario de las ciudades y del imaginario del cuerpo.
A diferencia de otros ámbitos culturales, el aseo en nuestro contexto cultural se practica en casa y en la intimidad. Cuando no había en las casas una estancia dedicada en exclusivo al aseo, el bidé se alojaba, al igual que la bañera, en el dormitorio. Junto con la cocina, el cuarto de aseo es una de las dependencias de nuestras casas que más ha cambiado en el transcurso del último siglo. Hemos pasado de no existir dependencia específicamente destinada al aseo, a convertirse en una dependencia básica de nuestros hogares e incluso a multiplicarse en ellos. Precisamente este sanitario está abandonando estas dependencias por su caída en desuso en favor de otros hábitos higiénicos (en nuestro aseo diario dejamos de lavarnos para ducharnos) y por la falta de espacio.
Aspectos como la red de alcantarillado, la instalación de agua corriente y electricidad en las viviendas contribuyeron a dibujar el panorama extremadamente higiénico en el que actualmente vivimos. De este modo, en apenas un siglo hemos pasado del orinal, la palangana y el aguamanil al retrete, el lavabo y la bañera. También hemos pasado de compartir aquellos objetos a usar los actuales casi individualmente y a encontrar en el mercado modelos especialmente adaptados a todas las necesidades y edades: bañeras para los bebés, accesorios para el baño de los ancianos, etc. En otras épocas la mayoría de los utensilios eran de uso común para todos los miembros de la familia sin distinción de edad o sexo.
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